martes, 12 de febrero de 2013

ROSA DÍEZ, ¿SOLUCIÓN O PROBLEMA?



Acabada la dictadura del General Franco, por muerte natural, parecía que el siglo XX iba a acabar con la recuperación del tiempo históricamente perdido y que, por fin, tendríamos dirigentes políticos que se dedicarían a gestionar nuestros intereses desde la justicia, la libertad y la igualdad.


Vana ilusión. Lo que parecía un país  en libertad, justicia e igualdad ha quedado en lo que parece un sistema organizado para que unos pocos se hayan dedicado a esquilmar a todos los españoles. Sí, quizás libertad si que ha habido, pero más como coartada y como distracción de los ciudadanos, para que no nos diéramos cuenta de que nos estaban robando impunemente, que como objetivo real.


Y ante esta situación, los dos partidos políticos mayoritarios y  adláteres que les han apoyado, cuando han tenido la posibilidad  y el apoyo para gestionar este país con justicia e igualdad, lo único que han hecho es desertar de su obligación a las primeras de cambio, mirar hacia otro lado mientras auténticos sinvergüenzas se dedicaban a maquinar e intrigar para  desplumar al país entero y proteger y ocultar a los miembros de sus partidos que han participado activamente en este expolio. Partidos políticos que en vez de esforzarse en procurar el bienestar de los ciudadanos, se han dedicado a que sus  cúpulas dirigentes no perdieran sus particulares beneficios y cuotas de poder.


Como a principios del siglo XX ahora, a principios del siglo XXI, también el descrédito de los viejos partidos políticos ha alcanzado cotas escandalosas y sin que se den signos de una posible regeneración. Al contrario, cada día que pasa se hace más patente la imposibilidad de los dos grandes partidos, socialista y popular, de solucionar la situación. Son incapaces de ofrecer soluciones, más allá de culparse mutuamente por la situación actual y cifran todas sus esperanzas en la ayuda de Europa, a la vez que esconden sus incapacidades ante las condiciones de Europa, sin aportar realmente nada positivo.


Este panorama político presenta grandes similitudes con el que se daba hace cien años, donde el partido liberal y el conservador, amparando ambos el sistema monárquico, se desmoronaban ante el surgimiento de otras fuerzas políticas, más consecuentes  con los tiempos que se vivían de miseria y pobreza, como republicanos, radicales, comunistas y socialistas. Y todo esto, bajo la excesiva influencia de la iglesia católica, el resurgir de los nacionalismos vasco y catalán y la presencia inquietante del Ejército, que seguía traumatizado por las derrotas de finales del siglo XIX y buscaba rehacer sus glorias militares y que, afortunadamente, hoy por hoy es plenamente constitucional y alejado de cualquier veleidad intervencionista.


Como consecuencia de las  circunstancias indicadas al principio, y como ocurriera hace un siglo, de la sociedad civil han surgido en los últimos años varias iniciativas políticas, de las cuales dos se han consolidado en el panorama político español, C,s y UPyD. Ambos con perfiles ideológicos más difusos y transversales, como corresponde a los deseos de la sociedad actual, y siendo su ámbito ideológico el liberalismo progresista y el socialismo democrático.


Aunque los inicios de las dos formaciones presentan alguna diferencia en cuanto a los principios y circunstancias inspiradoras de su constitución, (en el caso de C,s., un movimiento que surge en Catalunya de la sociedad civil ante la necesidad de que  se respeten de una manera real y efectiva los derechos constitucionales, y en el de UPyD, un movimiento que con los mismo objetivos surge en el País Vasco, pero que acaba catalizando de la mano de Rosa Díez, especialmente en Madrid, el movimiento que se inicia un par de años antes en Catalunya), la realidad es que responden a una misma aspiración de los ciudadanos españoles, la aspiración de ser administrados, no solo en libertad, sino también con  justicia e igualdad. Lo ideal hubiera sido, tal como llegó a plantearse en UPyD, que ambos movimientos se hubieran desarrollado juntos, especialmente a partir del 2º Congreso de Ciudadanos, pero la inexperiencia de Albert Rivera y su equipo, unida a una insolente vanidad, digamos que juvenil, imposibilitó un proyecto político realmente esperanzador.


Lo que acabó por provocar y facilitar el distanciamiento de  los dos proyectos fueron los resquemores que quedaron del fracaso de las negociaciones iniciales y el  incomprensible error del intento de coalición con Libertas. Lo segundo provocó que  C,s. perdiera numerosos afiliados, pero sobre todo, sus estructuras de Madrid, Valencia, Andalucía y Aragón, (en el resto C,s. no estaba tan implantado y en Catalunya C,s. aguantó pero con una numerosísima pérdida de afiliados), y lo primero impulsó el que UPyD coaptara esas estructuras, opuestas frontalmente al pacto con Libertas, y se consolidara con extraordinaria velocidad, especialmente a partir del éxito electoral de las generales del 2008 y del deterioro de la situación política, económica y social. 


Pero ahora, ante la situación descrita y con los antecedentes que arrastramos históricamente en España, ¿está justificado ese distanciamiento?  O planteado de otra forma, ¿nos merecemos los españoles que, otra vez, los partidos que pueden significar y liderar un auténtico movimiento de regeneración política no sean capaces de ponerse de acuerdo por las ambiciones partidistas y personales de quienes los dirigen actualmente?


Ahora mismo, teniendo en cuenta los resultados de los últimos procesos electorales, los datos que arrojan encuestas realizadas recientemente y el clima de deterioro de sistema político, una hipotética  y deseable Unión de Ciudadanos Demócratas, formada por UPyD, C,s y  grupos afines, tendría unas expectativas de apoyo ciudadano que la colocarían, como mínimo, como la tercera fuerza política del país, transversal desde el punto de vista ideológico y desde el punto de vista de la implantación territorial, y acercándose a los dos actúales partidos mayoritarios.


El no consumarse una iniciativa de este tipo provocaría  una radicalización política; perder la oportunidad de evitar que los grupos nacionalistas condicionen la política española; la creación de una especie de frontera política entre Catalunya y el resto de España; la imposibilidad de que, tanto UPyD como C,s, puedan llegar a ser determinantes en la vida política española, más allá de apoyar circunstancialmente a otros; el aumento de la desafección de los ciudadanos ante la política al no tener una alternativa política seria y creíble de futuro y, lo más terrible, la posibilidad volver a repetir la historia, no en términos tan cruentos como en el pasado pero sí en términos de sufrimiento y pobreza social, como ya está ocurriendo.


Las posibilidades de ese pacto político pasan por la responsabilidad de UPyD, (porque es el único partido con capacidad actual para proponer dicho pacto), cuya dirección está obligada a poner a España por delante del propio partido y de las ambiciones personales de sus dirigentes y tomar las decisiones políticas necesarias para buscar ese pacto, aunque inicialmente no se pueda dar absolutamente por supuesto que la disponibilidad para el pacto manifestada en múltiples ocasiones por el líder de C,s, Albert Rivera, sea real, verdadera y sin condiciones personales, (quizás, después del éxito en la últimas elecciones autonómicas, esa disponibilidad haya podido quedar matizada).

España no está  en condiciones de esperar a que UPyD se consolide, dentro de no sé cuantos años, en todo el territorio nacional, España necesita soluciones ahora y necesita, sobre todo, un referente político que sea capaz de obligar al PSOE y al PP a un gran pacto de gobierno o, ante la negativa de éstos,  que sea capaz de asumir la gobernabilidad de España antes que el sistema político sea ocupado por multitud de grupos políticos, que no siempre manifiestan formas democráticas, y arrastren a España, otra vez, al pozo de la historia..


Este es el reto de Rosa Díez, seguir simplemente de líder de UPyD o aspirar a cambiar la historia de España buscando colaboración y sumando esfuerzos.

Angel Milla