Acabada la
dictadura del General Franco, por muerte natural, parecía que el siglo XX iba a
acabar con la recuperación del tiempo históricamente perdido y que, por fin,
tendríamos dirigentes políticos que se dedicarían a gestionar nuestros
intereses desde la justicia, la libertad y la igualdad.
Vana
ilusión. Lo que parecía un país en libertad, justicia e igualdad ha
quedado en lo que parece un sistema organizado para que unos pocos se hayan
dedicado a esquilmar a todos los españoles. Sí, quizás libertad si que ha
habido, pero más como coartada y como distracción de los ciudadanos, para que
no nos diéramos cuenta de que nos estaban robando impunemente, que como
objetivo real.
Y ante esta
situación, los dos partidos políticos mayoritarios y adláteres que les
han apoyado, cuando han tenido la posibilidad y el apoyo para gestionar
este país con justicia e igualdad, lo único que han hecho es desertar de su
obligación a las primeras de cambio, mirar hacia otro lado mientras auténticos
sinvergüenzas se dedicaban a maquinar e intrigar para desplumar al país
entero y proteger y ocultar a los miembros de sus partidos que han participado
activamente en este expolio. Partidos políticos que en vez de esforzarse en
procurar el bienestar de los ciudadanos, se han dedicado a que sus
cúpulas dirigentes no perdieran sus particulares beneficios y cuotas de poder.
Como a
principios del siglo XX ahora, a principios del siglo XXI, también el
descrédito de los viejos partidos políticos ha alcanzado cotas escandalosas y
sin que se den signos de una posible regeneración. Al contrario, cada día que
pasa se hace más patente la imposibilidad de los dos grandes partidos,
socialista y popular, de solucionar la situación. Son incapaces de ofrecer
soluciones, más allá de culparse mutuamente por la situación actual y cifran todas
sus esperanzas en la ayuda de Europa, a la vez que esconden sus incapacidades
ante las condiciones de Europa, sin aportar realmente nada positivo.
Este
panorama político presenta grandes similitudes con el que se daba hace cien
años, donde el partido liberal y el conservador, amparando ambos el sistema
monárquico, se desmoronaban ante el surgimiento de otras fuerzas políticas, más
consecuentes con los tiempos que se vivían de miseria y pobreza, como
republicanos, radicales, comunistas y socialistas. Y todo esto, bajo la
excesiva influencia de la iglesia católica, el resurgir de los nacionalismos
vasco y catalán y la presencia inquietante del Ejército, que seguía
traumatizado por las derrotas de finales del siglo XIX y buscaba rehacer sus
glorias militares y que, afortunadamente, hoy por hoy es plenamente
constitucional y alejado de cualquier veleidad intervencionista.
Como
consecuencia de las circunstancias indicadas al principio, y como
ocurriera hace un siglo, de la sociedad civil han surgido en los últimos años
varias iniciativas políticas, de las cuales dos se han consolidado en el
panorama político español, C,s y UPyD. Ambos con perfiles ideológicos más
difusos y transversales, como corresponde a los deseos de la sociedad actual, y
siendo su ámbito ideológico el liberalismo progresista y el socialismo
democrático.
Aunque los
inicios de las dos formaciones presentan alguna diferencia en cuanto a los
principios y circunstancias inspiradoras de su constitución, (en el caso de
C,s., un movimiento que surge en Catalunya de la sociedad civil ante la
necesidad de que se respeten de una manera real y efectiva los derechos
constitucionales, y en el de UPyD, un movimiento que con los mismo objetivos
surge en el País Vasco, pero que acaba catalizando de la mano de Rosa Díez,
especialmente en Madrid, el movimiento que se inicia un par de años antes en
Catalunya), la realidad es que responden a una misma aspiración de los
ciudadanos españoles, la aspiración de ser administrados, no solo en libertad,
sino también con justicia e igualdad. Lo ideal hubiera sido, tal como
llegó a plantearse en UPyD, que ambos movimientos se hubieran desarrollado
juntos, especialmente a partir del 2º Congreso de Ciudadanos, pero la
inexperiencia de Albert Rivera y su equipo, unida a una insolente vanidad,
digamos que juvenil, imposibilitó un proyecto político realmente esperanzador.
Lo que acabó
por provocar y facilitar el distanciamiento de los dos proyectos fueron
los resquemores que quedaron del fracaso de las negociaciones iniciales y
el incomprensible error del intento de coalición con Libertas. Lo segundo
provocó que C,s. perdiera numerosos afiliados, pero sobre todo, sus
estructuras de Madrid, Valencia, Andalucía y Aragón, (en el resto C,s. no
estaba tan implantado y en Catalunya C,s. aguantó pero con una numerosísima
pérdida de afiliados), y lo primero impulsó el que UPyD coaptara esas
estructuras, opuestas frontalmente al pacto con Libertas, y se consolidara con
extraordinaria velocidad, especialmente a partir del éxito electoral de las
generales del 2008 y del deterioro de la situación política, económica y
social.
Pero ahora,
ante la situación descrita y con los antecedentes que arrastramos
históricamente en España, ¿está justificado ese distanciamiento? O
planteado de otra forma, ¿nos merecemos los españoles que, otra vez, los partidos que pueden significar y liderar un auténtico movimiento de
regeneración política no sean capaces de ponerse de acuerdo por las ambiciones
partidistas y personales de quienes los dirigen actualmente?
Ahora mismo,
teniendo en cuenta los resultados de los últimos procesos electorales, los
datos que arrojan encuestas realizadas recientemente y el clima de deterioro de
sistema político, una hipotética y deseable Unión de Ciudadanos
Demócratas, formada por UPyD, C,s y grupos afines, tendría unas
expectativas de apoyo ciudadano que la colocarían, como mínimo, como la tercera
fuerza política del país, transversal desde el punto de vista ideológico y
desde el punto de vista de la implantación territorial, y acercándose a los dos
actúales partidos mayoritarios.
El no
consumarse una iniciativa de este tipo provocaría una radicalización
política; perder la oportunidad de evitar que los grupos nacionalistas
condicionen la política española; la creación de una especie de frontera
política entre Catalunya y el resto de España; la imposibilidad de que, tanto
UPyD como C,s, puedan llegar a ser determinantes en la vida política española,
más allá de apoyar circunstancialmente a otros; el aumento de la desafección de
los ciudadanos ante la política al no tener una alternativa política seria y creíble de
futuro y, lo más terrible, la posibilidad volver a repetir la historia, no en
términos tan cruentos como en el pasado pero sí en términos de sufrimiento y
pobreza social, como ya está ocurriendo.
Las
posibilidades de ese pacto político pasan por la responsabilidad de UPyD,
(porque es el único partido con capacidad actual para proponer dicho pacto),
cuya dirección está obligada a poner a España por delante del propio partido y
de las ambiciones personales de sus dirigentes y tomar las decisiones políticas
necesarias para buscar ese pacto, aunque inicialmente no se pueda dar
absolutamente por supuesto que la disponibilidad para el pacto manifestada en
múltiples ocasiones por el líder de C,s, Albert Rivera, sea real, verdadera y
sin condiciones personales, (quizás, después del éxito en la últimas elecciones
autonómicas, esa disponibilidad haya podido quedar matizada).
España no
está en condiciones de esperar a que UPyD se consolide, dentro de no sé
cuantos años, en todo el territorio nacional, España necesita soluciones ahora
y necesita, sobre todo, un referente político que sea capaz de obligar al PSOE
y al PP a un gran pacto de gobierno o, ante la negativa de éstos, que sea
capaz de asumir la gobernabilidad de España antes que el sistema político sea
ocupado por multitud de grupos políticos, que no siempre manifiestan formas democráticas, y arrastren a España, otra vez, al pozo de la historia..
Este es el
reto de Rosa Díez, seguir simplemente de líder de UPyD o aspirar a cambiar la
historia de España buscando colaboración y sumando esfuerzos.
Angel Milla