viernes, 19 de julio de 2013

DE LOS PARTIDOS POLITICOS


Leyendo la prensa actual, escuchando las informaciones de radio y televisión, y observando la realidad española, da la sensación de que todo se hubiera hecho mal en España en los últimos treinta años y que es necesario hacer reformas en profundidad.
En que hay que hacer reformas en profundidad no hay ninguna duda, el problema es en determinar en dónde hay que hacer esas reformas. Y en primer lugar habría que empezar por determinar qué es lo que se ha hecho bien, qué es lo que, aún habiéndose diseñado bien, no se ha sabido aplicar o realizar bien y qué es lo que se ha hecho lisa y llanamente mal.
En mi opinión, una de las cosas que se han hecho bien es  la Constitución, el  establecimiento de la democracia, la implantación de los partidos políticos  y el desarrollo del estado de derecho. Pero estos logros, objetivamente positivos, han quedado empañados por el hecho de que debido a la falta  de experiencia democrática de la sociedad, ésta  no ha sabido acabar de desarrollarlos en profundidad ni de beneficiarse en toda su amplitud de los mismos. Es más, la sensación de que  todos estos logros sólo han servido para que determinados grupos de personas se hayan enriquecido a costa de los demás es una dura realidad.
No hay duda de que en política, cómo en cualquier otro aspecto de la realidad, cuando hay que analizar por qué no funciona algo hay que empezar por lo fundamental. Y lo fundamental en la vida política de España son los partidos políticos, tal como establece nuestra Constitución, (art. 6).
Entre todas las propuestas de reformas que hacen los partidos políticos brillan por su ausencia, o por su poca profundidad, las referidas a la reforma del funcionamiento de los propios partidos  que los ciudadanos están reclamando. Aunque es cierto que  últimamente se empiezan a ver artículos reclamando una profunda regulación del funcionamiento de los partidos.
Una de las carencias de nuestra Constitución y del posterior desarrollo legislativo es, precisamente, el no haber definido con exactitud y concreción el tipo de asociaciones que son los partidos políticos, determinando, más allá de la escueta exigencia del funcionamiento democrático, qué obligaciones y derechos atañen tanto a los propios partidos como a sus afiliados.
A la hora de constituirse los partidos políticos, a pesar de su carácter fundamental dentro de la actividad política, no tienen más que cumplir la legislación común a cualquier asociación. Y es precisamente esta equiparación a cualquier asociación lo que impide una mayor regulación, al ser el derecho de asociación también un derecho fundamental que no puede ser limitado, salvo lo que establezcan las propias normas de las asociaciones. Por supuesto que estas normas no pueden ser contrarias  a la ley, pero dada la discrecionalidad de dichas normas, aún dentro de la ley, en el caso de los partidos políticos hacen que éstos acaben perdiendo  su capacidad de representación social para convertirse en organizaciones que sólo sirven a las élites que dominan dichos partidos. Élites que en lo último que piensan es en promover una eficaz regulación del funcionamiento de los partidos y que ya les viene muy bien el que el poder judicial, fiel a su tradicional  mirar hacia otro lado, cuando les llega alguna reclamación sobre algún comportamiento interno no democrático de los partidos políticos,  se agarren al derecho constitucional de libre asociación y zanjen el asunto  sin entrar en el fondo de la cuestión y haciendo caso omiso de su deber constitucional de ser garantes de los derechos fundamentales de los ciudadanos, incluso  frente a los posibles derechos de los partidos.
 Esta falta de regulación ha hecho que los partidos políticos sean entes casi ajenos a cualquier tipo de control, con lo que han generado unas estructuras orgánicas de poder que tergiversan totalmente su papel como transmisores de la voluntad de los ciudadanos.  Y es de señalar que la grave situación por la que atraviesa España, deriva principalmente del anómalo funcionamiento de  organismos cuya regulación ha sido prácticamente inexistente, partidos políticos y entidades financieras, entre otros. Las entidades financieras parece ser que sí están siendo ahora sometidas a una adecuada regulación, pero sin asumir ninguno de sus errores ni sus responsabilidades.
Un primer tema interesante para empezar a analizar su regulación es el asunto de la propiedad que, en el caso de  entidades financieras, asociaciones y otras entidades en general  suele estar  claro, en cambio, en  el caso de los partidos políticos se presta a interpretaciones, por lo menos a interpretaciones de interés político.
Normalmente, en el caso de la mayoría de entidades  el objetivo de las mismas solo atañe a sus propios socios, al reducido grupo de beneficiarios de sus acciones y a los que hacen uso de sus servicios. En cambio, en el caso de los partidos políticos la propiedad de los mismos en donde reside, ¿en las élites que los crean o dirigen?, ¿en el conjunto de sus afiliados?, o ¿son los ciudadanos, en su conjunto, los propietarios reales?
En el primer caso la respuesta es rotundamente no, aunque en la actualidad en España, y por falta de regulación y de cultura colectiva democrática, la realidad es que esas élites se comportan y actúan como dueñas absolutas de sus respectivos partidos. En el segundo caso, y atendiendo a su condición de asociaciones y por similitud con estas, la respuesta más lógica parece ser la afirmativa.
Pero si nos atenemos a su condición de ser fundamentales para la participación política, tal como establece la Constitución,(art. 6),  con carácter exclusivo,  a que su financiación es pública en porcentajes cercanos al cien por cien y a cómo nuestro Código Civil define la propiedad, (C.C.art.348), la respuesta puede prestarse a otras interpretaciones.
Si nos atenemos a la definición de propiedad del Código Civil, parece que son los ciudadanos en su totalidad los que ostentarían la propiedad de los partidos políticos ya que son los únicos que, en su totalidad,  tienen derecho a “gozar y disponer de los mismos” Esta idea estaría reafirmada por el hecho de que la financiación de los partidos políticos es pública casi en su totalidad.
 En este planteamiento, los partidos políticos deberían ser considerados como un servicio más del Estado, como la Seguridad Social, la Administración de Justicia, Educación, etc., y estar sometidos a una regulación más adecuada para cumplir el fin que la Constitución les encomienda. Una regulación que impidiera que los partidos políticos vivan encerrados en sí mismos, dominados por unas élites que coartan la participación política hasta de sus escasos militantes y que sólo buscan su permanencia en el poder. Una regulación,  que a la vez, facilitara la participación activa de los ciudadanos en la actividad política y obligara a los partidos políticos a contar de una forma real con los ciudadanos y no solo a buscarlos el día de las votaciones.
Esta regulación debería establecer normas precisas para la celebración de los congresos generales de los partidos, adecuando su frecuencia a uno o dos años, tal como ocurre en otros países de Europa; establecer el nivel competencial de la organización territorial, a semejanza de cómo ocurre en la organización del Estado, estableciendo límites claros a los derechos y obligaciones de cada uno de los niveles en que cada partido se organice; establecer como principios rectores de la vida interna del partido los reflejados en la Constitución, respetando  escrupulosamente los derechos fundamentales de todos los afiliados  y determinar normas precisas, y todo lo amplias que sean necesarias, para asegurar una total transparencia en la gestión de los partidos políticos.
Toda esta regulación no serviría de nada si, como ocurre en cualquier ámbito de las actividades humanas, no hubiera una financiación necesaria y suficiente para que los partidos políticos cumplieran su papel fundamental de instrumento de la participación política.
En la actualidad la financiación pública está condicionada por los resultados electorales, pero estos no reflejan con exactitud las preferencias de los ciudadanos españoles debido al reparto de escaños que establecen las diferentes legislaciones electorales. Y es el número de escaños o de concejales obtenidos los que determinan los fondos públicos a obtener por los partidos políticos, por lo que el principal objetivo de los partidos políticos es el conseguir esos escaños que les den acceso a la financiación pública, sin la cual no podrían subsistir.
Este sistema hace que los partidos estén más pendientes de obtener el apoyo de algún grupo mediático o financiero que les facilite el conseguir esos escaños, que no de conseguir el apoyo de un mayor número de afiliados.
Si la financiación de los partidos políticos estuviera  fundamentada en la afiliación, además de poder estar suplementada en función de los resultados electorales, obligaría a las direcciones de los partidos a cuidar su afiliación y a desarrollar políticas que la aumentaran. La actitud de las direcciones de los partidos políticos hacia sus militantes y hacia la población en general cambiaría de una manera radical si el nivel de financiación dependiera, en gran medida, de la afiliación.
Además del efecto beneficioso que para la democracia española tendría el que los partidos tuvieran que desarrollar políticas y actuaciones más cercanas a los intereses de los ciudadanos,( para lograr su afiliación), una financiación de este tipo también facilitaría el acceso a la actividad política  de ciudadanos que, aún reuniendo las condiciones y creando un partido político, no disponen de la necesaria financiación ni acceso algún grupo mediático o financiero que les permita desarrollar su labor política. La financiación pública basada en los afiliados también dificultaría que iniciativas políticas de interés para los ciudadanos cayeran en manos de grupos con capacidad para financiarlos, pero de dudoso carácter democrático.
Actualmente existen medios más que suficientes para controlar de una forma fehaciente el número de afiliados a cada uno de los partidos. A través de la cuota de afiliación sería muy fácil ese control y si además, para cumplir estrictamente con el principio de igualdad de todos los ciudadanos y de que nadie  tuviera que pagar más por participar en la política de su país, esa cuota de afiliación fuera directamente compensable en la declaración de la renta, la fiabilidad del control sería alta.
En cualquier caso, lo que necesita España con urgencia es una regulación precisa del financiamiento y funcionamiento de los partidos políticos, que su financiamiento sea más democrático y transparente y que su funcionamiento no quede al albur de lo que decidan los propios partidos, tal como establece la legislación actual, ya que está demostrado que lo que deciden es lo que beneficia a sus cúpulas dirigentes y no lo que es beneficioso y necesario para la sociedad en general. Y me refiero al funcionamiento y gestión interna de los partidos, no a sus propuestas de carácter ideológico o programático, donde no caben limitaciones, salvo aquellas necesarias e imprescindibles para la salvaguardia de la democracia.


Angel Milla