Se acerca el fin del plazo
para inscribir los candidatos para las próximas elecciones europeas y no hay señales de que los partidos que
defienden la regeneración política y la idea de la España democrática estén
trabajando por presentar una lista conjunta que les augure la posibilidad del
éxito. Más bien parece, a tenor de las informaciones que circulan estos días,
que el asunto va en sentido contrario.
En unos momentos en los
que a una dura crisis socio-económica se junta, otra vez, el desafío al Estado
por parte de la clase dirigente de Catalunya, es incomprensible que, otra vez,
las fuerzas políticas que defienden la idea de España sean incapaces de ponerse
de acuerdo para resolver definitivamente el grave problema que arrastramos
desde hace más de trescientos años.
Ahora que aquí en
Catalunya se pretende revivir unos hechos ocurridos hace trescientos años que,
lejos de ser dignos de recuerdo, deberían ser motivo de vergüenza y que deberían
ser recordados como uno de los mayores fracasos colectivos de los españoles,
sería beneficioso el volver a estudiarlos y ver las nefastas consecuencias que
acarrea el que personas, dirigentes o grupos políticos que dicen defender
España, no sean capaces de colaborar juntos para defender, precisamente España
y arriesguen el futuro de España por vanidades y egoísmos partidistas y
personales.
En aquel momento, cuando
la Ilustración empieza a triunfar en Europa, y aquí en España asistimos, por
simples cuestiones biológicas, al final de un sistema monárquico, las clases
dirigentes de España no solo no fueron capaces de ir hacia un sistema más
democrático y equitativo, si no que arrastraron a España a una Guerra
de Sucesión insensata y cruel, que aunque la historia dice que la ganó
Felipe V, por encima de todo la perdió
España en su totalidad, que puso la vida de sus ciudadanos, catalanes
incluidos, además de perder todas sus posesiones europeas fuera de España,
Gibraltar y el monopolio del mercado americano.
Ya en el año 1931, por
primera vez en España, y en un momento en el que el mundo está inmerso en una
grave crisis económica y social, (como ahora),
se pasa de un sistema político a otro de una forma pacífica. Y esto es
debido a que en el año 1930, casi todos
los partidos republicanos dejan a un lado sus ambiciones particulares y deciden
colaborar para superar definitivamente
una Monarquía inoperante, acabar con la alternancia entre liberales y
conservadores, poner fin al sistema caciquil y regenerar la vida política de España, dando
lugar al Pacto
de San Sebastián.
Este ambiente político de
colaboración entre las fuerzas republicanas, al que se unieron las fuerzas
socialistas, provocó el fin de la
Monarquía y dio como fruto la Constitución del
año 1931 y el gobierno de España hasta el año 1933 por la izquierda
política.
Durante estos dos años la
derecha monárquica y católica, que había sido ampliamente derrotada en las elecciones
del año 1931, se dedica a
reorganizarse y, con el liderazgo del partido Acción Popular, teje una amplia
coalición, a imagen y semejanza de la lograda por los partidos republicanos dos
años antes, que daría origen a la CEDA. El resultado fue que en
las elecciones
de noviembre de 1933, en las que por primera vez votaron las mujeres, la
CEDA se alzó con el triunfo, volviendo a ratificar que para cambiar realmente
la política del país es imprescindible el generar amplios movimientos de
colaboración.
Antes de la sublevación
del General Franco se volvieron a celebrar elecciones en febrero del
año 1936 y en esta ocasión, aprendiendo de las dos elecciones anteriores,
las fuerzas de izquierda crearon otra vez, en un primer momento por encima de
los intereses particulares de los diferentes líderes políticos, un amplio
frente común, el Frente Popular,
que ganó las elecciones.
El espíritu de
colaboración que presidió en un primer momento la creación del Frente Popular,
enseguida desapareció y la acción de gobierno se troceo en compartimentos en
los que cada líder político actuaba más en función de sus intereses partidistas
y personales que no en función del interés general. Se volvía a la vanidad y
egoísmo de los dirigentes políticos de este país. Es probable que si el
gobierno hubiera sido sólido y estable, si todos los partidos políticos
hubieran defendido la idea de España y no la suya particular, hubiera sido muy
difícil que la sublevación militar se consolidara. De hecho, en un primer
momento la sublevación fracasó, pero la ineptitud, el exceso de confianza y la
búsqueda de réditos partidistas hicieron que la acción de gobierno no fuera lo
contundente que tenía que haber sido.
Las consecuencias de estos
hechos están en la mente de todos, una cruenta guerra civil y una dura y larga
dictadura. Dictadura que solo se acabó, por cuestiones biológicas, con la
muerte del General Franco, porque los españoles no pudimos, o no supimos o no
estábamos preparados para asumir nuestro destino.
Acabada la dictadura, y
contra todo pronóstico y para asombro del mundo, se gestó en España un amplio
consenso político por el cual todos los líderes políticos cedieron en sus
pretensiones partidistas y personales por
la idea de España.
Este amplio consenso
político se personificó en Adolfo Suarez que aglutinó en UCD
a la mayoría de partidos de centro derecha, creando un partido político que fue
capaz de gobernar España en aquellos difíciles momentos. Por encima de los
panegíricos dedicados a Adolfo Suarez
que hemos escuchado estos últimos días, la idea que queda de la Transición es
la de un momento político en que los
líderes de un numeroso grupo de partidos políticos, situados en un ámbito
político similar, fueron capaces no solo de abandonar sus ambiciones
personales, si no de comprender que la única forma de superar la situación
político-social creada por la dictadura de Franco era la de colaborar todos
juntos.
Lamentablemente, pronto
olvidaron estas buenas ideas y las luchas de poder y las ambiciones personales
de los líderes de los diferentes partidos que integraban UCD estuvieron a punto de propiciar que, en
Febrero de 1981, nos hundiéramos otra vez en el pozo de la historia. En esta
ocasión los tiempos eran otros y Europa no estaba dispuesta a tolerar un paso
atrás y se impuso la sensatez.
Pero también en esta
ocasión fue fundamental la unión y la colaboración entre partidos. Si la
transición de la dictadura a la democracia fue dirigida por una amplia
coalición de centro derecha, el asentamiento de la democracia fue dirigido por
una amplia conjunción de fuerzas de centro izquierda alrededor del socialismo.
Después de treinta años de
democracia y cuando en la opinión pública se había instalado la idea de que los
viejos demonios no iban a volver a aparecer, ha bastado una amplia crisis
económica junto a una grave crisis política,
caracterizada por la corrupción y por la falta de un liderazgo serio y
responsable, para que de repente vuelvan a surgir los líderes visionarios, que
hacen del rencor y del populismo más primario sus armas políticas y que no
dudan en enfrentar entre sí a los
ciudadanos con tal de conseguir sus delirios personales.
Y es en este punto donde se corre el riesgo de volver a fracasar si no se es
capaz de configurar una gran coalición
que regenere la acción política y que sea capaz de mantener y defender la idea
de España y de su estado democrático definido por la Constitución de 1977.
Es muy difícil que, como
ocurrió con el partido Liberal y con el partido Conservador hace ochenta años,
que el PP o el PSOE, inmersos en una crisis de corrupción y liderazgo, sean capaces de regenerar la vida política de
España.
Esta tarea debería ser
asumida por partidos como UPyD o C,s, pero no solo de palabra sino de obra. El
actual planteamiento de estos partidos, uno empeñado en no colaborar con nadie
y el otro empeñado en ampliar su influencia, no augura nada bueno y solo nos
lleva al fracaso común.
En la actualidad sería
imprescindible que UPyD, por su mayor presencia pública a nivel nacional,
liderara un movimiento político que representara para la España actual lo que
representaron en su momento la CEDA, el Frente Popular, la UCD o el movimiento
socialista que llevó al PSOE al poder. Lamentablemente, parece que la actual
dirección de UPyD está más preocupada por mantener un férreo control sobre el
partido, manteniendo una estructura mínima, y por apoyar su acción política en
una crítica implacable al Gobierno y a otros partidos políticos, muchas veces
rayana en el populismo y en la demagogia. Es probable que en estos tiempos esta
forma de actuar lleve a UPyD a conseguir
cierta cuota de poder, pero simplemente eso, cuota de poder, no capacidad ni
poder para regenerar la vida política de España. UPyD pasará a ser un partido
similar a PNV y CIU, partidos imbuidos de delirios mesiánicos y en los que la
opinión del jefe nunca se discute, se acata, y que se dedican a negociar su
apoyo parlamentario en función de sus intereses particulares.
Pero no es solo UPyD quién
debería cambiar su forma de actuar, también la dirección de C,s debería hacer
todos los esfuerzos posibles por allanar el camino hacia la colaboración y ser
consciente que C,s en solitario tampoco va a poder defender con éxito la idea de España ni
conseguir la regeneración de la vida política, ni aquí en Catalunya ni en
España. La actitud de la actual dirección de C,s lanzándose a una carrera por ampliar
su presencia política es un camino que, aunque desde el punto de vista
partidista pueda parecerles positivo, desde el punto de vista de los ciudadanos
es totalmente erróneo, solo lleva a la confrontación y a la desunión y,
consecuentemente, a la pérdida de fuerza política.
Y mientras no se consigua
esa coalición que aglutine las fuerzas políticas que defienden una misma idea
de España y su modelo democrático, continuarán surgiendo pequeños partidos y
organizaciones políticas que provocarán la división de la supuesta capacidad de regeneración política
de la sociedad española, facilitando que los actuales PP y PSOE sigan
gobernando España.
Pero, en definitiva, los
responsables últimos de este sin sentido somos los ciudadanos, especialmente
los afiliados o simpatizantes de UPyD en lo que respecta a UPyD, que no somos
capaces de, junto a cualificadas voces, obligar a la actual dirección de UPyD a
buscar la unión con otras fuerzas políticas. Esa unión, que en un alarde de
cinismo político, dice la dirección de UPyD que hace la fuerza, tal como leemos
en el lema de la campaña para las próximas elecciones al parlamento europeo. En
esto de los lemas, la verdad, apenas hay
diferencia entre los dos partidos.
Y estas elecciones al
Parlamento Europeo son una buena ocasión para presentar una amplia coalición, formada
por los partidos que tienen ideas afines, que defienda a España y a su
democracia tal como la entendemos una mayoría de españoles. Sería bueno que se
impusiera la sensatez y el interés de España, si no, todos lo lamentaremos.
Angel Milla
No hay comentarios:
Publicar un comentario