viernes, 11 de abril de 2014

NO APRENDEMOS

Se acerca el fin del plazo para inscribir los candidatos para las próximas elecciones europeas y  no hay señales de que los partidos que defienden la regeneración política y la idea de la España democrática estén trabajando por presentar una lista conjunta que les augure la posibilidad del éxito. Más bien parece, a tenor de las informaciones que circulan estos días, que el asunto va en sentido contrario.

En unos momentos en los que a una dura crisis socio-económica se junta, otra vez, el desafío al Estado por parte de la clase dirigente de Catalunya, es incomprensible que, otra vez, las fuerzas políticas que defienden la idea de España sean incapaces de ponerse de acuerdo para resolver definitivamente el grave problema que arrastramos desde hace más de trescientos años.

Ahora que aquí en Catalunya se pretende revivir unos hechos ocurridos hace trescientos años que, lejos de ser dignos de recuerdo, deberían ser motivo de vergüenza y que deberían ser recordados como uno de los mayores fracasos colectivos de los españoles, sería beneficioso el volver a estudiarlos y ver las nefastas consecuencias que acarrea el que personas, dirigentes o grupos políticos que dicen defender España, no sean capaces de colaborar juntos para defender, precisamente España y arriesguen el futuro de España por vanidades y egoísmos partidistas y personales.

En aquel momento, cuando la Ilustración empieza a triunfar en Europa, y aquí en España asistimos, por simples cuestiones biológicas, al final de un sistema monárquico, las clases dirigentes de España no solo no fueron capaces de ir hacia un sistema más democrático y equitativo, si no que arrastraron a España a una Guerra de Sucesión insensata y cruel, que aunque la historia dice que la ganó Felipe V,  por encima de todo la perdió España en su totalidad, que puso la vida de sus ciudadanos, catalanes incluidos, además de perder todas sus posesiones europeas fuera de España, Gibraltar y el monopolio del mercado americano.

Ya en el año 1931, por primera vez en España, y en un momento en el que el mundo está inmerso en una grave crisis económica y social, (como ahora),  se pasa de un sistema político a otro de una forma pacífica. Y esto es debido a que en el año 1930,  casi todos los partidos republicanos dejan a un lado sus ambiciones particulares y deciden colaborar para  superar definitivamente una Monarquía inoperante, acabar con la alternancia entre liberales y conservadores, poner fin al sistema caciquil  y regenerar la vida política de España, dando lugar al Pacto de San Sebastián.

Este ambiente político de colaboración entre las fuerzas republicanas, al que se unieron las fuerzas socialistas,  provocó el fin de la Monarquía y dio como fruto la Constitución del año 1931 y el gobierno de España hasta el año 1933 por la izquierda política.

Durante estos dos años la derecha monárquica y católica, que había sido ampliamente derrotada en las elecciones del año 1931,  se dedica a reorganizarse y, con el liderazgo del partido Acción Popular, teje una amplia coalición, a imagen y semejanza de la lograda por los partidos republicanos dos años antes, que daría origen a la  CEDAEl resultado fue que en las elecciones de noviembre de 1933, en las que por primera vez votaron las mujeres, la CEDA se alzó con el triunfo, volviendo a ratificar que para cambiar realmente la política del país es imprescindible el generar amplios movimientos de colaboración.

Antes de la sublevación del General Franco se volvieron a celebrar elecciones en febrero del año 1936 y en esta ocasión, aprendiendo de las dos elecciones anteriores, las fuerzas de izquierda crearon otra vez, en un primer momento por encima de los intereses particulares de los diferentes líderes políticos, un amplio frente común, el Frente Popular, que ganó las elecciones.

El espíritu de colaboración que presidió en un primer momento la creación del Frente Popular, enseguida desapareció y la acción de gobierno se troceo en compartimentos en los que cada líder político actuaba más en función de sus intereses partidistas y personales que no en función del interés general. Se volvía a la vanidad y egoísmo de los dirigentes políticos de este país. Es probable que si el gobierno hubiera sido sólido y estable, si todos los partidos políticos hubieran defendido la idea de España y no la suya particular, hubiera sido muy difícil que la sublevación militar se consolidara. De hecho, en un primer momento la sublevación fracasó, pero la ineptitud, el exceso de confianza y la búsqueda de réditos partidistas hicieron que la acción de gobierno no fuera lo contundente que tenía que haber sido.

Las consecuencias de estos hechos están en la mente de todos, una cruenta guerra civil y una dura y larga dictadura. Dictadura que solo se acabó, por cuestiones biológicas, con la muerte del General Franco, porque los españoles no pudimos, o no supimos o no estábamos preparados para asumir nuestro destino.

Acabada la dictadura, y contra todo pronóstico y para asombro del mundo, se gestó en España un amplio consenso político por el cual todos los líderes políticos cedieron en sus pretensiones partidistas y personales  por la idea de España.

Este amplio consenso político se personificó en Adolfo Suarez que aglutinó en UCD a la mayoría de partidos de centro derecha, creando un partido político que fue capaz de gobernar España en aquellos difíciles momentos. Por encima de los panegíricos  dedicados a Adolfo Suarez que hemos escuchado estos últimos días, la idea que queda de la Transición es la de un momento político en que  los líderes de un numeroso grupo de partidos políticos, situados en un ámbito político similar, fueron capaces no solo de abandonar sus ambiciones personales, si no de comprender que la única forma de superar la situación político-social creada por la dictadura de Franco era la de colaborar todos juntos.

Lamentablemente, pronto olvidaron estas buenas ideas y las luchas de poder y las ambiciones personales de los líderes de los diferentes partidos que integraban  UCD estuvieron a punto de propiciar que, en Febrero de 1981, nos hundiéramos otra vez en el pozo de la historia. En esta ocasión los tiempos eran otros y Europa no estaba dispuesta a tolerar un paso atrás y se impuso la sensatez.

Pero también en esta ocasión fue fundamental la unión y la colaboración entre partidos. Si la transición de la dictadura a la democracia fue dirigida por una amplia coalición de centro derecha, el asentamiento de la democracia fue dirigido por una amplia conjunción de fuerzas de centro izquierda alrededor del socialismo.

Después de treinta años de democracia y cuando en la opinión pública se había instalado la idea de que los viejos demonios no iban a volver a aparecer, ha bastado una amplia crisis económica junto a una grave crisis  política, caracterizada por la corrupción y por la falta de un liderazgo serio y responsable, para que de repente vuelvan a surgir los líderes visionarios, que hacen del rencor y del populismo más primario sus armas políticas y que no dudan en enfrentar entre sí a  los ciudadanos con tal de conseguir sus delirios personales.

Y es en este punto donde se  corre  el riesgo de volver a fracasar si no se es capaz  de configurar una gran coalición que regenere la acción política y que sea capaz de mantener y defender la idea de España y de su estado democrático definido por la Constitución de 1977.

Es muy difícil que, como ocurrió con el partido Liberal y con el partido Conservador hace ochenta años, que el PP o el PSOE, inmersos en una crisis de corrupción y liderazgo,  sean capaces de regenerar la vida política de España.

Esta tarea debería ser asumida por partidos como UPyD o C,s, pero no solo de palabra sino de obra. El actual planteamiento de estos partidos, uno empeñado en no colaborar con nadie y el otro empeñado en ampliar su influencia, no augura nada bueno y solo nos lleva al fracaso común.

En la actualidad sería imprescindible que UPyD, por su mayor presencia pública a nivel nacional, liderara un movimiento político que representara para la España actual lo que representaron en su momento la CEDA, el Frente Popular, la UCD o el movimiento socialista que llevó al PSOE al poder. Lamentablemente, parece que la actual dirección de UPyD está más preocupada por mantener un férreo control sobre el partido, manteniendo una estructura mínima, y por apoyar su acción política en una crítica implacable al Gobierno y a otros partidos políticos, muchas veces rayana en el populismo y en la demagogia. Es probable que en estos tiempos esta forma de actuar lleve  a UPyD a conseguir cierta cuota de poder, pero simplemente eso, cuota de poder, no capacidad ni poder para regenerar la vida política de España. UPyD pasará a ser un partido similar a PNV y CIU, partidos imbuidos de delirios mesiánicos y en los que la opinión del jefe nunca se discute, se acata, y que se dedican a negociar su apoyo parlamentario en función de sus intereses particulares.

Pero no es solo UPyD quién debería cambiar su forma de actuar, también la dirección de C,s debería hacer todos los esfuerzos posibles por allanar el camino hacia la colaboración y ser consciente que C,s en solitario tampoco va a poder  defender con éxito la idea de España ni conseguir la regeneración de la vida política, ni aquí en Catalunya ni en España. La actitud de la actual dirección de C,s lanzándose a una carrera por ampliar su presencia política es un camino que, aunque desde el punto de vista partidista pueda parecerles positivo, desde el punto de vista de los ciudadanos es totalmente erróneo, solo lleva a la confrontación y a la desunión y, consecuentemente, a la pérdida de fuerza política.

Y mientras no se consigua esa coalición que aglutine las fuerzas políticas que defienden una misma idea de España y su modelo democrático, continuarán surgiendo pequeños partidos y organizaciones políticas que provocarán la división de  la supuesta capacidad de regeneración política de la sociedad española, facilitando que los actuales PP y PSOE sigan gobernando España. 

Pero, en definitiva, los responsables últimos de este sin sentido somos los ciudadanos, especialmente los afiliados o simpatizantes de UPyD en lo que respecta a UPyD, que no somos capaces de, junto a cualificadas voces, obligar a la actual dirección de UPyD a buscar la unión con otras fuerzas políticas. Esa unión, que en un alarde de cinismo político, dice la dirección de UPyD que hace la fuerza, tal como leemos en el lema de la campaña para las próximas elecciones al parlamento europeo. En esto de los lemas, la verdad, apenas hay  diferencia entre los dos partidos.

Y estas elecciones al Parlamento Europeo son una buena ocasión para presentar una amplia coalición, formada por los partidos que tienen ideas afines, que defienda a España y a su democracia tal como la entendemos una mayoría de españoles. Sería bueno que se impusiera la sensatez y el interés de España, si no, todos lo lamentaremos.

Angel Milla

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